La tradición de “la paradura del niño”


     En mi país, Venezuela, específicamente o más comúnmente en los estados andinos, tienen una tradición llamada “La paradura del niño”. Se realiza el 2 de febrero, celebración de la Virgen de la Candelaria, este día es el oficial para guardar la navidad dando fin a esta fecha.

    La tradición cambia según el poblado y las costumbres de cada región, hay unas en donde recorren todos los pesebres de las casas y con cantos y villancicos, en un descuido en una de las casas “se roban al niño” (la figurilla del nacimiento), este es colocado en otro pesebre y entre las dos casas deben hacer una fiesta o reunión para el pueblo completo. Es claro que ya en estos tiempos de nuestra Venezuela no podemos descargar tal gasto en solo dos familias y queda colaborar entre todos en esas dos casas para celebrar ese día 2 de febrero la paradura, que no es más que la representación del crecimiento del niño Dios dando sus primeros pasos o parándose, esto lo hacen colocando la figura de forma que se vea de pie.

    Supe de esta tradición años atrás cuando visité por navidades un poblado pequeño de boconó llamado San José de Tostós, pero no pude asistir a esa celebración.

    Este año en mi callejón realizamos este evento aprovechando que hay varios vecinos que son de origen andino. En la última reunión para los preparativos, ninguna de las muchachas jóvenes quiso ser la Virgen María, el puesto quedaba vacante, y para mi sorpresa como pregunté si podía ser alguna de las mayores, pues quedé yo por primera vez en mi vida siendo la Virgen María.

    Como no hay bebés pequeños en la cuadra y además poner en riesgo la salud de algún bebé sacándolo en la noche y con tanta gente y estrés, en vez de uno de verdad usamos una figurilla de cerámica, este muñeco tiene sus años (no sé cuántos) en uso y se nota bastante rayado y decolorado; como yo pinto cerámica se me ocurrió decir que lo podía pintar ya que tenía un color distinto en la cara y otro en el cuerpo, bien, dicho esto, me llevé mi cerámica para retocarla.

    Estando en el cuartito que uso para pintar y otras muchas cosas, me dispuse; saqué las pinturas y comencé mi trabajo.

    Se notaba que le habían pintado el cuerpo pero no tocaron la cara, se veía la diferencia del color, como el color carne que yo tengo es muy parecido al del cuerpo, pues comencé y luego vi que era mucha la diferencia con la cara y pinté también la cara, los ojos no se los toqué porque necesito mas tiempo para hacerlos con calma. Del apuro solo queda el cansancio.

    Pintando el pecho me doy cuenta que tiene pintura ya levantada aun pasándole la nueva se notan las rayas profundas y a la vista parecen cortadas, noto que las tiene en todos lados, pecho, brazos, manos, piernas, pies, rodillas, dedos.

    Los dedos muy rotos, necesitarían una restauración profunda… y ahí es donde me doy cuenta del parecido al Jesús verdadero… con cortadas, heridas y rotos profundos que una pintura no llega a tapar, ni siquiera porque sea su madre (La Virgen) quien trate de curarlo.

    Me quedo viéndolo y pensando, como hemos podido hacerte tal daño, se me corta la respiración y los ojos se me llenan de lágrimas y dolor porque sé que no es solo ese yeso, que lo que pienso es que eso sucede al Jesús de carne y hueso que sufre en cada hospital sin medicamentos, sin atención básica, sin insumos, sin tratamiento, sin poder ser operado por no tener dinero para pagar su “cupo” para el quirófano o simplemente el quirófano está contaminado y no hay para desinfectarlo.

    Sigo pintando y los dedos de los pies igual de rotos, pienso en el pobre que camina kilómetros por no poder pagar un transporte público que además de caro (para el pasajero) es escasísimo y llega al lugar donde puede descansar o donde ya no le dan más los pies, puede que ni tenga casa donde llegar y agotado se queda dormido sin comer porque no tiene ni una pulla (moneda menor a un bolívar que ya no existe) con que comprar nada.

    Su espalda rayada y lacerada, me recuerda a los enfermos postrados con escaras y sin poder moverse se les infecta pues en casa o en el hospital que es ahora peor que en casa, no hay agua para limpiar nada, y si para colmo están solos, son las enfermeras que en alguna ocasión una que otra se conduele y le hace una limpieza que más que dolorosa es desgarradora por la soledad que tiene.

    Comienzo a pintar la cabecita con un marrón creado pues no tengo marrón y mi impresión es mayor al ver el punto de la cabeza donde colocan la corona que ya no existe, el punto es una zona que abarca casi la mitad de la cabeza, en la parte de atrás estos hoyos son más grandes y más profundos y tienen hacia la parte de arriba unas rayas profundas como arañazos fuertes, y veo en esa cabecita de bebé recién nacido, la corona de espinas, que no es corona sino un casco completo. En Él, pagando por nuestros pecados, un ser que siendo Dios, se hizo hombre y sin pecado alguno, sin mancha ninguna pagó por toda la humanidad.

    Cuantos de nosotros hemos contribuido con una espina de ese casco? Cuantas espinas hemos clavado en esa cabecita? Cuantos latigazos hemos dado en ese cuerpo que viene siendo el del prójimo?

    Pienso en la explotación del hombre por el hombre, la esclavitud que aún en nuestra época hay culturas que la practican, más horrenda que antes pues es una esclavitud de hombres hacia mujeres, hacia niños; pastores y religiosos que se escudan en su congregación para desbocar sus deseos que son el permiso dado al maligno, y con eso humillan, matan, violan, destruyen al cristo de carne y hueso que está a su lado, El silencio del que sabe del pecado y calla por miedo, por conveniencia o por vergüenza, no importa, la espina, el latigazo, el clavo está incrustado dejando su marca y su dolor que no se quita con nada.

    Pinto las manos y en ellas otro hoyo que por casualidad… o no?... está en el sitio de los clavos en la cruz, y pensé que ya no tenía más cuando repaso nuevamente el pecho, un poco por debajo de las costillas, una ranura de la pintura en su lado derecho… Qué casualidad, en el sitio aproximado de la lanza que abrió su corazón en la cruz, atravesando desde su lado derecho, por donde terminó de derramar hasta su última gota de sangre y agua.

   Pienso en los políticos, los gobernantes de naciones, los que creen que tienen el poder, esos principalmente que tienen a su cargo la vida de toda una nación, de todo un país y se creen invencibles. Esos que se atornillan al poder de un gobierno como si fuesen eternos y no tuviesen freno en su maldad, esos a los que no les importa la muerte de un niño por falta de un medicamento común, o lo más básico: La vida, el alimento y la libertad, esos gobernantes que les conviene la fragmentación de una familia obligada a separarse para poder sobrevivir; a los que les importa un pepino la muerte de un joven que apenas comenzaba la universidad y a duras penas podía llegar a estudiar, esos gobernantes que llaman de traidor a un chico que emigra de su patria por querer seguir soñando y desear un futuro para él y su familia.

    Esos son los gobernantes que clavan la lanza en el pecho del niño clavado en la cruz, los que idolatran a otros Dioses como “el poder”, “el dinero” y “el placer”. Esos indiferentes ante el sufrimiento de su prójimo son los que más repugnan a Dios.

    Y yo María, su madre, tratando de curar todas las heridas que a mi hijo ha hecho la humanidad, pero no lo logro, solo calmo un poco su dolor y eso lo agradece. Pero veo en su mirada esperando desesperado el arrepentimiento de los hombres que no llega, se entristece y llora y yo lo abrazo y lloro con Él.

    Con gran alegría recibe a uno que se arrepiente y su esperanza renace y sus heridas sanan de inmediato, por ese solo que lo vio, y yo rio y salto con Él porque aún existe la esperanza de que otro más le sonría a mi pequeño.

    Y hasta aquí mi relato de como a mis 49 años fui por primera vez en mi vida la protagonista principal en una obra de teatro o representación de una tradición de mi país, y de como, por casualidad, Jesús niño me habló de la humanidad por la que vino, vivió, amó, sufrió, murió y resucitó, venciendo lo más temido por el ser humano: “la muerte”.

                                                                                   Ma. De Lourdes García Ayala.

 

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

               (Rubens y anónimo)

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